Mel
y el sueño americano
Por Carlos Alberto Montaner. El
Comercio, Ecuador, 5 de septiembre de 2004.
A principios de los años sesenta del siglo
pasado miles de familias cubanas tomaron la dolorosa
decisión de separarse de sus hijos para
evitar que la recién estrenada dictadura
comunista, entonces empeñada en la brutal
construcción del "hombre nuevo",
se apoderara del control moral y educativo de
sus vidas. Entre 1960 y 1962, auxiliados por la
Iglesia Católica, llegaron solos a Estados
Unidos catorce mil niños y jóvenes
que fueron precipitadamente colocados en escuelas
y hogares de acogida hasta que pudieran reunirse
con sus padres.
Uno de aquellos niños se llamaba Mel Martínez
y su historia la cuentan hoy todos los diarios
norteamericanos. Acaba de ganar las primarias
del Partido Republicano en el estado de Florida
y es candidato al Senado Federal. Hasta hace pocos
meses formó parte del Gabinete de George
W. Bush como Secretario de Vivienda y Desarrollo.
Antes había sido Alcalde de Orlando, una
ciudad floridana en la que no abundan los cubanos,
pero sí los puertorriqueños.
Mel estudió Derecho, se casó con
una norteamericana y se integró totalmente
en la sociedad estadounidense sin abandonar sus
raíces hispanas. Es bicultural -habla el
español y el inglés sin acento-
y, con bastante razón, asegura jubilosamente
que el "sueño americano" existe
y es posible alcanzarlo. Su propia vida da testimonio
de ello. Si el 2 de noviembre gana las elecciones
será el tercer hispano que se convierte
en Senador Federal en la historia de Estados Unidos
y el primer cubano-americano que alcanza ese honor.
El "sueño norteamericano" no
es, exactamente, el éxito material. Es
algo mucho más importante: es el envés
de una curiosa expresión que recoge la
Declaración de Independencia de Estados
Unidos: el derecho a la búsqueda de la
felicidad individual. La idea implícita
en esa frase es que si uno respeta las reglas
de juego y se esfuerza en una dirección
libremente elegida, puede lograr y preservar la
felicidad que con tanto tesón ha procurado,
relación entre causa y efecto que genera
en las personas la inmensa satisfacción
de haber cumplido exitosamente con la misión
escogida.
Curiosamente, quienes mejor pueden entender la
relación entre "la búsqueda
de la felicidad" y el "sueño
americano" son los inmigrantes como Mel Martínez.
Los norteamericanos, que hace más de dos
siglos inauguraron una República hasta
ahora triunfante, dan por hecho lo que para un
inmigrante resulta extraordinario.
Los judíos europeos que escaparon a la
vesania nazi y llegaron milagrosamente a Estados
Unidos, los cubanos que huyeron del castrismo,
los nicaragüenses desterrados por los sandinistas
o los venezolanos que hoy se evaden del caótico
Chávez, saben que en sus patrias de origen
no existía ninguna garantía de que
estudiar, trabajar con ahínco y cumplir
las reglas conducía a encontrar una forma
de felicidad permanente o de seguridad familiar
porque la fragilidad del Estado de Derecho ponía
constantemente en peligro las conquistas personales.
En estos países, ser un ciudadano laborioso
y decente no garantizaba el derecho a la propiedad,
a la dignidad, y ni siquiera a la vida. Cualquier
demagogo que invocara la sacrosanta palabra "revolución",
rodeado de otras gentes de su calaña, en
poco tiempo podía destruir impunemente
los "sueños" duramente alcanzados
por millares de personas tras muchos años
de desvelos.
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